Tres jóvenes solteras, Soledad, Julia e Irene, conocieron a un joven y apuesto caballero. Pero él no se atrevía a decir de quién estaba enamorado. Las chicas le exigieron que se decidiera y dijera claramente a cuál de ellas amaba el caballero.
El joven escribió en un papel, aunque «olvidó» colocar los signos ortográficos y pidió a cada una de ellas que descifraran la incógnita. Su escrito decía así:
«Tres bellas que bellas son me han exigido que diga a cuál de ellas amo si obedecer es razón digo que amo a Soledad no a Julia cuya bondad persona humana no tiene no aspira mi amor a Irene que no es poca su belleza».
Soledad leyó el escrito de esta manera:
«Tres bellas, ¡qué bellas son! Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, digo que amo a Soledad. No a Julia, cuya bondad persona humana no tiene. No aspira mi amor a Irene, que no es poca su belleza».
Julia lo interpretó de esta manera:
«Tres bellas, ¡qué bellas son!
Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, ¿digo que amo a Soledad? No. A Julia, cuya bondad persona humana no tiene.
No aspira mi amor a Irene, que no es poca su belleza».
Irene, en cambio, lo leyó de esta manera:
«Tres bellas, ¡qué bellas son!
Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, ¿digo que amo a Soledad? No. ¿A Julia, cuya bondad persona humana no tiene? No.
Aspira mi amor a Irene, que no es poca su belleza».
El caballero ante tanta duda, optó por esto ante la sorpresa de las tres:
«Tres bellas, ¡qué bellas son!
Me han exigido que diga a cuál de ellas amo.
Si obedecer es razón, ¿digo que amo a Soledad? No. ¿A Julia, cuya bondad persona humana no tiene? No. ¿Aspira mi amor a Irene? ¡Qué no!, es poca su belleza».
Y al final el caballero siguió soltero.
Sin lugar a dudas, los signos de puntuación juegan un papel preponderante en cualquier escrito, son ellos los que le dan sentido a lo que en algún momento queremos transmitir a través de las letras. Procuremos con mucha diligencia hacer uso de éstos.
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